El contraste de la vida cristiana: entre lo amargo y lo dulce de servir a Dios

Todo cristiano que tenga cierto tiempo de cultivar una relación con Dios sabe perfectamente que es muy dulce seguir a nuestro salvador, pero hay momentos en el que ser siervos suyos trae amargura a nuestras vidas.

Al observar la Biblia cualquiera puede notar que el verdadero servicio a Dios es como aquel libro que tuvo que comer el apóstol Juan, que aunque fue dulce a sus labios finalmente amargó su vientre (Apocalipsis 10:10), de la misma manera que le sucedió al profeta Ezequiel cuando Dios lo mandó a alimentarse con un rollo que fue dulce como la miel en su boca pero que después le generó amargura en sus entrañas (Ezequiel 3:3, 3,14).

Todos los servidores de Dios a través de los tiempos tienen en común que sufrieron pruebas y ataques del enemigo a raíz de su entrega, es decir que, muy contrario a lo que pueden pensar  los que buscan su propia exaltación, un verdadero siervo de Dios no puede evitar la amargura que en algún momento produce en nuestras vidas la obediencia a Él.

Del antiguo testamento podríamos hablar de la persecución que sufrió Elías por la malvada Jezabel, de los enemigos del pueblo judío encabezados por Amán que querían destruirlos junto con Ester y Mardoqueo; de los desafíos que enfrentaron Daniel, Ananías, Misael y Azarías con tal de no adorar a un dios diferente que al verdadero, entre otros muchos más casos en los que fueron rechazados y amenazados por ser fieles al Creador.


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En el nuevo pacto encontramos que también los servidores de Cristo han tenido que enfrentar lo amargo de proclamar su nombre: pruebas, dificultades, persecución, rechazo y una muerte de mártir son sin duda la carta de presentación de los apóstoles y discípulos del señor Jesucristo. Como Pedro que murió crucificado, Esteban que murió apedreado, y Pablo que fue duramente torturado, por no mencionar todos los casos.

Lo asombroso es que los servidores de Dios pueden declarar con alegría que ha sido una enorme bendición y privilegio servir al que vive para siempre. Las amarguras que nos pueden dar el mundo y el diablo por seguir firmemente a nuestro Señor, quedan como nada ante la dulzura y deleite de ser sus íntimos.

El testimonio que el cristiano de estos últimos tiempos podría recibir de Elías es que nada fue más maravilloso que ver los carros de fuego y subir al cielo en un poderoso torbellino; la reina Ester tendría que gritar con alegría que Dios verdaderamente liberta a su pueblo aunque el decreto del mal diga lo contrario; Daniel y sus amigos con toda certeza nos pueden declarar que la dulce compañía del hijo de Dios nunca les faltó en medio del foso de los leones y del horno de fuego; el mismo apóstol Pedro puede testificar que lo más asombroso que vivió en ésta tierra fue ver al señor Jesucristo en su gloria divina junto a Elías y a Moisés en el monte de la transfiguración.

Por su parte Esteban, aunque suene ilógico, no podría dejar de mencionar cuan dulce paz sintió mientras lo apedreaban cuando vislumbró la gloria de Jesús en el gran trono; y el apóstol Pablo con pleno conocimiento de causa nos podría afirmar que la presencia de Dios en nuestras vidas es tan dulce, que el cepo de una fría cárcel es capaz de convertirse en la plataforma de la cual emanen los más bellos canticos de agradecimiento al Salvador.


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Todos los hijos de Dios en algún momento han podido disfrutar de las mieles de su profundo amor, la gran bendición de seguir a Cristo no solamente se verá reflejada en la gloria venidera, sino que también puede ser saboreada aquí en la tierra, y aunque a veces no comprendamos los sabores amargos que produce defender nuestra fe, no podemos confundirnos por los contrastes que vienen por ser cristianos.

Muchas personas al comenzar este camino en Cristo, son cautivadas por la presencia de Dios y quisieran quedarse solamente en las mieles del primer amor, pero cuando vienen las dificultades, cuando comienzan a sentir el rechazo de sus amigos, conocidos, y lo que es más duro sus propios familiares, cuando son heridos por los mismos hermanos de la fe, sienten que tanta amargura es irresistible y deciden dejar al Maestro.

Un verdadero hijo de Dios es aquel que esta dispuesto a resistir las pruebas y dificultades que de una u otra manera le tientan a sencillamente abandonar la fuente dulce del Señor, todo aquel que anhele deleitarse en su amor, no puede olvidar que Jesús mismo vivió tal contradicción que al entregar su vida en profundo amor por la humanidad, no pudo escaparse de beber la amarga copa de la Cruz.

¿Qué clase de persona sigue probando los bocados dulces de algo que de antemano sabe que le amargará el vientre? Un comportamiento en este sentido puede representar locura o gran convicción. Creo que el caso de grandes profetas como Ezequiel y Juan, quienes pudieron haber renunciado a su mensaje y dejado atrás la misión encomendada por Dios, es muestra de la gran necesidad, justificación y verdad que representa aceptar la palabra de Dios, así vengan efectos colaterales en nuestra propia carne.

Juan fue advertido de las consecuencias de consumir el librito, al igual que nosotros hoy somos advertidos de lo que significa aceptar al señor Jesús y servir en sus propósitos, así que tomemos ánimo, y perseveremos bocado a bocado hasta culminar todo lo que Dios nos ha encomendado, reconociendo y entendiendo que aunque para muchos paladares esa miel no parezca tan dulce, solamente aquellos que saben valorar su sabor podrán aceptar los contrastes que se viven al ser un servidor de Cristo, y estarán dispuestos a llevar su vituperio (Hebreros 13:13).

 

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