“Después Moisés y Aarón entraron a la presencia de Faraón y le dijeron: Jehová el Dios de Israel dice así: Deja ir a mi pueblo a celebrarme fiesta en el desierto.” Éxodo 5:1
Necesitamos ser libres para poder hacer fiesta a Dios en el desierto. La lógica de Dios me sorprende. Es un mensaje muy fuerte el que recibo al leer que Dios quería sacar al pueblo de Israel de Egipto para hacer fiesta en el desierto. La libertad espiritual que Dios nos da, nos reviste de la capacidad de hacer fiesta sin importar que sea en el desierto.
El desierto es el lugar más inhóspito, indeseable e inapropiado que se podría pensar para hacer una fiesta. No obstante, para nuestro Padre y Creador, el desierto resulta ser el lugar más apropiado para realizarle fiesta. ¿Y por qué no hacer fiesta en el desierto? La presencia del Dios vivo que pelea e intercede por nosotros indudablemente representa más deleitante que cualquier comodidad de Egipto.
Celebrar fiesta a Dios en el desierto resulta interesante y deseable no por la comida, la música, el lugar bello y los amigos que normalmente se ven en las fiestas de Egipto, la fiesta en el desierto es maravillosa porque allí les esperaba la preciosa compañía y amistad del Dios anhelado.
Durante muchos años de opresión el pueblo de Israel esperó a Dios, clamó a Dios, y recurrió a Él en medio de las dificultades. Aparentemente Dios no les respondía, supuestamente Dios se había olvidado de su pueblo. Pero Dios envío a su mensajero, a Moisés, para extenderles una invitación al pueblo de Israel, era la respuesta a sus oraciones, con la gracia de Dios serian libres para hacer fiesta a Dios en el desierto para celebrar la presencia de Dios y la victoria que les daría.
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Esta fiesta tenia la connotación del rencuentro entre un padre y sus hijos, el pueblo de Israel se sentía encontrado y rescatado por su Dios, por tanto la emoción y la alegría de esta celebración justificaba todos los sacrificios ofrendas y adoración que se pudieran preparar.
La celebración en el desierto no tendría como protagonista el mejor vestido de algún invitado, no se robaría la atención la destreza de la orquesta preparada para ambientar la celebración, la decoración pomposa no seria el centro.
La fiesta en el desierto asegura que nuestra mirada este puesta en el admirable Dios. La fiesta en el desierto nos hace valorar cada detalle y don recibido por su anfitrión: Dios mismo. En el desierto nuestra perspectiva sobre la vida cambia, cada gota de agua se vuelve tan valiosa como los diamantes de Egipto, la sombra que nos cubre del ardiente sol, se torna mas anhelada que cualquier otro refrigerio. En el desierto valoramos lo que Dios nos da y fijamos nuestra mirada en Él.
Por su puesto que Faraón no estaba invitado, aquel que representa a nuestro enemigo, el que algún tiempo nos tuvo esclavizados en el pecado y engañados por el mundo no tiene lugar en tan magna invitación, pero igual que en aquel tiempo de Moisés, en este tiempo no esta dispuesto a dejarnos ir fácilmente.
Cuando somos oprimidos por difíciles cargas en diferentes áreas de nuestra vida, como la escases económica, complicaciones de salud de un ser amado o aún, de nosotros mismos, o rechazo y desprecio por nuestras convicciones, es posible comenzar a sentir que lo más fácil es no enojar a ese Faraón egoísta, pero la historia Bíblica nos revela que muchas veces en nuestra vida, es necesario que lleguemos al límite y a ese punto de quiebre para que comprendamos que ese llamado que Dios nos hace a festejarle y rendirle adoración, aunque sea en el desierto, siempre será mejor que continuar en las comodidades esclavizantes del mundo y del pecado.
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Para muchos del pueblo de Israel, la invitación extendida por un “aparecido” como Moisés de salir a los peligros del desconocido desierto no llegó a ser atractiva ni determinante, por eso fue necesario que a través de la opresión del enemigo, ellos se dieran cuenta que Faraón no era tan bueno como ellos creían, y que era urgente acercarse a Dios y salir definitivamente de Egipto.
Hoy en día el pueblo de Dios también tiene una gran invitación, y es la celebración de la fiesta más asombrosa del universo, que se realizará en el reino de los cielos, esa fiesta no será como las del mundo, donde reina el licor, los vicios, el desenfreno moral, y la música corrompida. En esta fiesta a la que estamos invitados reina la santidad, y lo más maravilloso es que tendremos el privilegio de ver al Creador del universo cara a cara: “esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado.” Juan 17:3.
Aunque hay muchos que hoy en día desprecian esa invitación del Padre celestial, y que en su ignorancia piensan que tal celebración en el cielo será aburrida y sin algo interesante, Dios sigue llamando, Dios sigue invitando, y solo aquellos que crean en sus promesas serán los privilegiados de participar eternamente de la comunión con la fuente de toda sabiduría, la razón por la cual son hechas todas las cosas y lo más importante, nuestro Salvador.
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