“Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno”. Romanos 12:3
Recuerdo el día que proyectaba mi vida profesional y descarte la idea de prepararme en un lugar que no tuviera un gran nombre, un corazón altivo y orgulloso era el mío para ese entonces; mis comentarios al referirme sobre una institución con bajo renombre eran arrogantes, hiriente desechaba esa idea. Pero había una realidad y era que tenía que estudiar; los lugares donde anhelaba prepararme habían cerrado las puertas para mí y con gran amargura lloré porque no quería aceptar lo que un día con orgullo rechacé.
Oré a Dios con gran amargura. Y luego de esto me acerque a Él arrepentida de mi actitud. Dios proceso mi vida sacando de mi corazón aquel orgullo y ¿saben qué pasó? Entré a estudiar en una de esas instituciones y han pasado los años… me gradué de allí y puedo decir que en esos momentos disfrute de una manera especial de la presencia de Dios en todo lo que hacía.
¿Por qué escogemos el orgullo?
Quizá se escoge el orgullo para defendernos de una situación en la cual nos acusan, otras veces lo usamos porque es la mejor manera de defender nuestro argumento, para otros es un arma con la cual se logra alcanzar propósitos y planes a futuro, y también para ganar respeto ante las demás personas.
Todas estas cosas se pueden alcanzar y parece que tomaste una buena decisión al comportarte así, pero quiero decirte que cuando llega el orgullo a un corazón éste no llega solo; llega con muchos defectos más: como lo son la envidia, los celos, el rencor, la amargura, el malgenio, la falta de amor y compasión por los demás, etc. Lo cual no es bueno para nuestras vidas.
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En la palabra de Dios hay varios personajes que actuaron así con orgullo en su corazón. Ejemplo de esto, el rey Saúl, no acepto que reconocieran más los hechos de David que los de él, su corazón se contamino con orgullo (1 Samuel 18:8-9). Mical la hija de Saúl en ese tiempo la mujer de David, la esposa del rey de Israel ya tenía renombre y buena posición pero tuvo en poco la alabanza que David elevaba al Dios de los cielos. Esa actitud altiva y orgullosa también tuvo su pago (2 Samuel 6:20).
Es hora de cortar las raíces del orgullo
A Dios no le agrada que tengamos este sentimiento en nuestro corazón, nos aleja de la bendición de Dios, nos aleja de la presencia de Dios. La Palabra de Dios es muy clara cuando nos dice que debemos casar las zorras pequeñas porque dañan las mejores viñas, esto se refiere a no dejar entrar por pequeño que parezca ninguna actitud altiva, arrogante u odiosa que desagrade a Dios.
“Si no se modera tu orgullo, él será tu mayor castigo” -Dante Alighieri-. Si persistimos con esta situación en nuestras vidas no alcanzaremos agradar a Dios, no alcanzaremos su bendición. Muchas veces nos excusamos con decir que justifican nuestros argumentos tienen la razón y creemos que nuestras razones nuestro orgullo, pero no es así. Si piensas que esta situación ya es parte de ti busca a Dios, háblale en oración, dile que quieres su bendición, dile que anhelas su Presencia, que no quieres ser gobernado(a) por el orgullo, que quieres ser guiado(a) por Él.
Muchas veces nosotros mismos nos encargamos de dañar nuestro camino, albergando situaciones que nos cargan, que nos ahogan y nos enterramos nosotros mismos el puñal causándonos heridas y causando heridas a los que nos aman y nos rodean. Dios no te va rechazar, te va ayudar a romper con esa situación en tu vida que no te deja avanzar. Atrévete a cortar las raíces del orgullo.
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