Año Nuevo, Vida Nueva. Los cristianos somos la gente de las cosas nuevas – Rev. Luis M. Ortiz

Año Nuevo, Vida Nueva. Rev. Luis M. Ortiz.

En este tiempo del año la gente piensa mucho en lo nuevo: traje nuevo, muebles nuevos, calzado nuevo. La humanidad tiene una tendencia irresistible hacia lo nuevo, y equivocadamente consideran a los verdaderos seguidores de Cristo como gente anticuada, de mal gusto y ridícula. Pero la verdad es otra, nosotros los cristianos somos la gente de las cosas nuevas.

No necesitamos esperar un año nuevo, ni estrenarnos un traje nuevo para gozar la sensación de lo nuevo; porque nosotros mismos, todo nuestro ser, ha sido hecho nuevo. Vivimos en novedad de vida, y nuestro hombre interior se renueva de día en día (2 Co. 4:16). Igualmente hay los que consideran la Biblia como un libro anticuado, fuera de moda, pero la Biblia es un manantial de cosas nuevas, en ella nosotros encontramos en primer lugar: noticias nuevas.


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En la interminable sucesión de siglos, el mundo pagano se aferraba a sus antiguas prácticas buscando la salvación, y el mundo hebreo se adhería a la letra de la ley, pero todo era inútil. Mas una noche serena y hermosa el espacio resonó con nuevas noticias para unos y para otros: “Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor” (Lc. 2:11). Y cuando estas noticias nuevas son creídas y aceptadas, producen un nuevo nacimiento.

A causa del pecado, la imagen de Dios en el hombre fue desfigurada, el hombre está muerto en delitos y pecados, se requiere un nuevo principio, un nuevo nacimiento. A esto se refería el Señor cuando dijo a Nicodemo: “El que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Jn. 3:3).

Si la creación del primer hombre fue la obra maestra de la creación, la regeneración o la nueva criatura es la obra maestra de la eternidad. “Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Co. 5:17).

Esta nueva criatura posee un nuevo corazón. El corazón es el asiento de nuestras emociones, es el centro mismo de nuestro ser, por naturaleza el corazón es engañoso y perverso (Jer. 17:9). Cristo declaró que “del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, lo adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, las lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez” (Mr. 7:21-22). Dios dice: “Os daré un corazón nuevo… y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne” (Ez. 36:26).

Además de un corazón nuevo también nos es dada una mente nueva. La mente es la antesala del espíritu humano, a la mente acuden los demonios con sus malos pensamientos. Cuando esos pensamientos son recibidos en la mente, llegan hasta el corazón y de allí dominan el espíritu. Dice la Palabra de Dios: “Porque cuál es su pensamiento en su corazón, tal es él” (Pr. 23:7).

La mente del hombre sin Cristo está llena de pensamientos impuros, es por ello que la Palabra de Dios nos exhorta a renovarnos en el espíritu de vuestra mente (Ro. 12:2).

Y como un complemento indispensable de esta nueva criatura, también nos es dado un cuerpo renovado. El cuerpo del hombre sin Cristo es juguete de las pasiones del alma. Los miembros del cuerpo son ahora instrumentos de iniquidad, el amo es el espíritu humano controlado por el alma pecaminosa, el cuerpo es el esclavo, el alma pecaminosa manifiesta su maldad por medio del cuerpo. “Y manifiestas son las obras de la carne…” (Gá. 5:19-21).

Se hace, pues, necesario que nos sea dado un cuerpo renovado. “Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros… vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu” (Ro. 8:11), para que vuestro espíritu, alma y cuerpo, sea guardado entero sin reprensión, en paz (1 Ts. 5:23). Y con este cuerpo renovado nuestros miembros son presentados a Dios como instrumentos de justicia: manos, pies, ojos, lengua, oído. Todo consagrado a Dios, no para que se manifieste un alma pecaminosa, sino para que se manifieste el Espíritu de Dios.

Esta nueva criatura, de Dios recibe cada día nueva vida. Esta nueva criatura con corazón, mente y cuerpos nuevos, no queda desconectada del Señor. También la nueva criatura necesita estar en comunión con Dios para de Él recibir nueva vida. Él es el dador sustentador de la vida, Él es la vida, Él vino para darnos vida abundante, y con esta nueva vida naturalmente recibimos nuevas fuerzas.

La nueva criatura tendrá nuevas fuerzas. El hombre sin Cristo no tiene fuerzas morales, ni espirituales, ni físicas para resistir al demonio; pero la nueva criatura tendrá nuevas fuerzas. Esta nueva criatura podrá cumplir el primer y gran mandamiento: “Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas” (Mr. 12:30; Dt. 6.5).

Esta nueva criatura es gobernada por la virtud del amor. El mundo está lleno de violencia, de odios, de guerras. ¿De dónde vienen esas cosas? De la codicia y el egoísmo, estas dos pasiones humanas son las que rigen las relaciones humanas (Stg. 4:1-2). Pero ahora esta nueva criatura es gobernada por la virtud del amor (Jn. 13:34; Mt. 5:44). “Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor” (1 Jn. 4:7-8).

Y para esta nueva criatura están reservadas las más brillantes y gloriosas perspectivas, tendrá un nombre nuevo. La Escritura dice: “Y te será puesto un nombre nuevo, que la boca de Jehová nombrará” (Is. 62:2). Y también dice: “Y le daré una piedrecita blanca, y en la piedrecita escrito un nombre, el cual ninguno conoce sino aquel que lo recibe” (Ap. 2:17).

También viviremos en una nueva ciudad. La morada final de los perdidos es escrita en las Escrituras con palabras solemnes y terribles: tinieblas de afuera, hornos de fuego, el abismo, el infierno, lago de fuego y azufre. Y si esta descripción es tan terrible, ¿cómo será la realidad? Pero la nueva criatura morará en la ciudad de Dios, la Nueva Jerusalén, la cual desciende del cielo de Dios, una nueva ciudad cuyos fundamentos son piedras preciosas, cuyas puertas son perlas, cuya plaza de oro como vidrio trasparente, cuyo templo es el Señor Dios Todopoderoso y el Cordero, cuya luz es el resplandor de Dios, y el Cordero es su lumbrera. En ella no entrará cosa sucia que hace abominación y mentira, sino los que están escritos en el libro de la vida del Cordero (Ap. 21).

Y como un glorioso resumen de todo esto, nuestro Dios enfáticamente declara: “He aquí, yo hago nueva todas las cosas” (Ap. 21:5).

Amigo, ¿deseas tener una vida nueva? Entonces, ora delante de Él y acepta a Cristo como tu Salvador personal.

 

 

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