El coronavirus se llama así porque tiene la forma de una corona. Una corona es un símbolo de poder y autoridad y, ciertamente, este virus tiene un poder colosal sobre nosotros los seres humanos. No se puede ver a simple vista y, aun así, fíjate en todo lo que ha obligado a hacer (y a no hacer) a miles de millones de personas.
Este virus también nos recuerda a la fuerza nuestra vulnerabilidad. Es fácil olvidar que los seres humanos somos mortales. El coronavirus es evidencia de que tanto nuestra relación con la creación como la relación de la creación con nosotros están desordenadas; y que eso no es un accidente.
Pero la esperanza se encuentra en otra corona: la corona de espinas que le pusieron a Jesús en la cabeza antes de Su ejecución.
Esa corona nos muestra lo profunda que es la separación entre la criatura y el Creador. La tierra es creación de Dios, no la creamos nosotros. Aunque queremos ser sus dueños, no lo somos; solo somos inquilinos y mayordomos imperfectos. Muchos de nosotros hemos complicado nuestra propia vida e incluso la de los demás, y eso sin hablar de lo que le hemos hecho al planeta. No puede haber dos paraísos para los seres humanos: uno en comunión con Dios y otro sin Él. El coronavirus está destruyendo muy rápidamente la ilusión de que podemos lograr la perfección en la tierra, y está convirtiendo nuestra indiferencia inicial en miedo, frustración e ira.
En un mundo roto, dañado por las consecuencias del pecado, el dolor y el sufrimiento son inevitables. Tal vez habíamos huido de esta realidad hasta que llegó el coronavirus para arrasar el mundo entero. Ya no podemos ignorarla, ni tampoco ignorar las grandes preguntas que plantea sobre la vida y la muerte. Las siguientes son palabras de C. S. Lewis:
“Podemos ignorar incluso el placer. Pero el dolor insiste en que le prestemos atención. Dios nos susurra en nuestros placeres, habla a nuestra conciencia, pero nos grita en nuestro dolor: este es Su megáfono para despertar a un mundo sordo”.
Quizás el coronavirus sirva como un gran altavoz que nos recuerde la estadística definitiva… somos mortales. Si esto nos lleva a mirar al Dios que quizá hemos ignorado durante años —quien llevó una corona de espinas para que pudiéramos reconciliarnos con Él y para darnos entrada a un mundo nuevo y restaurado más allá de la muerte—, el coronavirus, a pesar del caos que ha desatado, habrá cumplido un propósito muy saludable.
“Dios es demasiado bueno como para ser cruel, y es demasiado sabio como para equivocarse. Cuando no podemos ver Su mano, debemos confiar en Su corazón”.
– Charles Spurgeon
Después de esta Pandemia estamos seguros que se viene un avivamiento espiritual. ¿Estás preparado?
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