En este mensaje encontraremos cuatro lugares donde podemos alcanzar una mayor bendición. Mensaje compartido por el Rev. Enrique Centeno: Gilgal, Bet-el, Jericó, y el Jordán.
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GILGAL
“Y Jehová dijo a Josué: Hoy he quitado de vosotros el oprobio de Egipto; por lo cual el nombre de aquel lugar fue llamado Gilgal, hasta hoy”, Josué 5:9.
Se registra en el libro de Josué, capítulo cinco, que el pueblo de Israel se circuncidó en Gilgal por orden de Jehová. Nosotros sabemos que la circuncisión que Dios quiere hoy no es física, sino espiritual. Que se efectúe en nuestros corazones, pues hay en la vida de muchos, cosas que no agradan a Dios. No podemos seguir siendo los mismos, con las costumbres de tiempo atrás. Muchos continúan fallándole a nuestro Señor, lamentablemente luego dicen ser cristianos. También entre ellos abunda la avaricia, la codicia, el amor al dinero. “Porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores”, 1 Timoteo 6:10.
Hay quienes dominados por la codicia no pagan sus diezmos, ni ofrendas, pero los tales no tienen la bendición de Dios. “Traed todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi casa; y probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos, sino os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde”, Malaquías 3:10. Viven señalando las faltas de otros, poniendo excusas y amando al mundo. Dios exige de su pueblo santidad y ésta nace en el corazón de manera que se exterioriza. “Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor”, Hebreos 12:14.
Como creyentes no podemos ocultar nuestra identidad, tenemos que llegar a Gilgal y circuncidar todo aquello que a Dios no le agrada. “Circuncidad, pues, el prepucio de vuestro corazón, y no endurezcáis vuestra cerviz”, Deuteronomio 10:16.
BET-EL
Cuando Jacob le arrebató el derecho de la primogenitura a su hermano Esaú, huyó de delante de él. En su cansancio y fatiga, cuando el sol declinaba, quiso ir al descanso y colocó por cabecera una piedra (Génesis 28:11). Sumido en un profundo sueño vio una escalera cuyo extremo inferior tocaba la tierra y su extremo superior tocaba el cielo. En lo alto de aquella escalera estaba la presencia del Señor y ángeles que subían y bajaban por ella.
No sólo estaba bajo el cuidado de los ángeles, sino que Jehová le dio promesa para él y su descendencia. “Yo soy Jehová, el Dios de Abraham tu padre, y el Dios de Isaac; la tierra en que estás acostado te la daré a ti y a tu descendencia”, Génesis 28:13. Y más adelante le dice: “No temas”. Esta es la frase con la cual el Señor alienta a su pueblo, lo que quiere decir que cada día del año el Señor nos dice: “No temas”. Jacob se despertó sobresaltado y dijo: “¡Cuán terrible es este lugar! No es otra cosa que casa de Dios y puerta del cielo”.
Bet-el significa casa de Dios y en la casa de nuestro Dios es que tenemos experiencias preciosas. Es allí donde encontramos salvación y salud para el cuerpo. Es un privilegio estar en Betel. Hay muchos que han perdido el interés de estar en la casa de Dios. El salmista dijo: “Una cosa he demandado a Jehová, ésta buscaré; que esté yo en la casa de Jehová todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura de Jehová, y para inquirir en su templo”, Salmo 27:4. “Yo me alegré con los que me decían: A la casa de Jehová iremos”, Salmo 122:1. “En tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra para siempre”, Salmo 16:11.
JERICÓ
En Bet-el, Jacob hizo pacto con Jehová y recibió promesas de parte del Altísimo. Elías también estuvo en Bet-el, pero no se quedó allí. Cuando el profeta Elías le dice a Eliseo que se quede en Bet-el, porque Jehová lo había enviado a Jericó, éste le contestó: “Vive Jehová, y vive tu alma, que no te dejaré. Y vinieron, pues, a Jericó”, 2 Reyes 2:4.
Jericó representa el lugar de lucha, combate y victoria. El relato bíblico nos narra que Israel había cruzado el río Jordán y había puesto sus pies en territorio cananeo. Esta era la tierra prometida a Israel y ellos comenzaron a conquistarla. La primera ciudad fue Jericó y Josué su líder, estaba cerca del lugar meditando y esperando las instrucciones del Altísimo para luego lanzarse a la conquista. En ese momento vio un varón con una espada desenvainada en su mano. Entonces Josué le dijo: ¿Eres de los nuestros, o de nuestros enemigos? En el camino del Señor tenemos que estar bien identificados, ¿con quién estamos, con Cristo o con Satanás? Si estamos con Cristo debemos actuar como Él.
Y éste le dijo: “No; mas como Príncipe del ejército de Jehová he venido ahora”, Josué 5:13,14. ¿Qué diremos si Jehová es por nosotros, quién contra nosotros? “Más Jehová dijo a Josué: Mira, yo he entregado en tu mano a Jericó y a su rey, con sus varones de guerra”, Josué 6:2. “Rodearéis, pues, la ciudad todos los hombres de guerra, yendo alrededor de la ciudad una vez; y esto haréis durante seis días. Y siete sacerdotes llevarán siete bocinas de cuernos de carneros delante del arca; y al séptimo día daréis siete vueltas a la ciudad, y los sacerdotes tocarán las bocinas”, Josué 6: 3,4. Quizás los habitantes de Jericó se burlaron del ejército, ya que este tipo de bocina se utilizaba para llamar a los rebaños y no para la guerra. Definitivamente lo que para muchos resulta ridículo, Dios lo puede tomar y hacer grandes cosas.
Los sacerdotes no hicieron ningún tipo de conjeturas o preguntas sino que obedecieron y continuamente se oía aquel sonido. Josué le dijo al pueblo algo muy importante: “Vosotros no gritaréis, ni se oirá vuestra voz, ni saldrá palabra de vuestra boca, hasta el día que yo os diga: Gritad; entonces gritaréis”, Josué 6:10. ¿Por qué Josué le dijo estas palabras al pueblo? Para ellos el permanecer callados era una prueba de su fe, de su paciencia, de su obediencia. Ellos querían hablar, pero Josué les dijo: No lo hagan, cierren la boca hasta que se les ordene; pero sólo dirán lo que se les indique. Cuando recibieron la orden, ¿Cuál fue el grito? “Porque Jehová os ha entregado la ciudad”, Josué 6:16. Los habitantes de Jericó cuando vieron al pueblo de Israel dando vueltas, quizás pensaron que estaban locos, pero ellos no veían la multitud de ángeles que estaban socavando las murallas. Allí hubo una gran victoria. Cada uno de nosotros tenemos un Jericó que conquistar.
El rey de Siria ponía emboscadas al pueblo de Israel y todas eran evadidas. Entonces pensó que había un espía en medio de ellos, pero el “espía” era el Rey de reyes y Señor de señores al que nada se le escapa. Cuando el rey consultó al ejército sirio, estos le contestaron que había un profeta llamado Eliseo en Samaria que Dios le revelaba todos los secretos y los planes. Entonces el rey decide traer al profeta Eliseo. En la noche sitiaron el lugar donde estaba el profeta. En la mañana el criado de Eliseo, cuando mira a la llanura observa que había un gran ejército sirio de manera que quedó impresionado y comenzó a gritar. Eliseo mira al cielo, y éste observa la cantidad de ángeles que están a su favor, mientras el criado cuenta al ejército. Fue entonces cuando el profeta clamó a Jehová para que los ojos de su criado fueran abiertos y se diera cuenta de que eran más los que estaban con ellos que los que estaban en su contra.
JORDÁN
El Jordán nos habla de muerte y de humillación y nos trae a la memoria al general del ejército de Siria llamado Naamán. Este gozaba de gran prestigio dentro del ejército Sirio, pero era leproso. En una ocasión una de sus criadas le informa al general que podía ser sanado si se presentaba ante el profeta en Samaria.
Al enterarse el general solicita al rey le proporcione cartas para poder ir a Samaria. Esta solicitud es aprobada por el rey. El monarca de Israel pensó que la presencia de Naamán le traería conflictos con los sirios y que estaban buscando un motivo para salir a la batalla. Surgió la interrogante: ¿Soy yo Dios, que mate y dé vida, para que éste envíe a mí a que sane un hombre de su lepra?, 2 Reyes 5:7. Enterándose el profeta Eliseo envía al general a lavarse siete veces en el Jordán para que sea sanado. Dice la Palabra que Naamán se fue muy enojado porque el profeta no le recibió sino que le envió un recado y no consideró su título ni posición delante de los hombres.
Delante de Dios no hay títulos con valor, no hay jerarquías. En Romanos 3:23 dice: “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios”. No importa la posición social o económica que tengamos, todos necesitamos acudir a Jesucristo para lavarnos de nuestros pecados con la sangre que Él derramó en la cruz del Calvario. Tenemos que despojarnos de lo que creemos que somos. Naamán tenía sus propias opiniones y conceptos, pero tuvo que descender a las aguas del Jordán. Jesús descendió cada vez los peldaños de la humillación, “… se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre…”, Filipenses 2:8-11.
Eliseo transitó estos cuatro lugares, pero le faltaba algo más, aunque había alcanzado el Jordán, aunque Elías le había preguntado cuál era su petición y se le había concedido. La Palabra nos dice que Eliseo nunca más volvió a ver a Elías y tomando sus vestidos los rompió en dos partes. Hay vestidos en nuestra vida que tienen que ser rotos y esto nos habla de quebrantamiento. La humillación y el quebrantamiento no son aceptados fácilmente por nuestra naturaleza humana, pero a Dios le agrada que su pueblo se humille: “Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren…”, 2 Crónicas 7:14.
Todo creyente anhela una mayor bendición, primero en lo espiritual y luego en lo material. Hay muchas bendiciones que Dios quiere darnos, pero así como Eliseo transitó por GILGAL, BET-EL, JERICÓ y el JORDÁN de igual manera debemos nosotros caminar, aunque hayamos alcanzado alturas y tengamos experiencias como creyentes o como ministros del Señor hay que tener sumo cuidado en mantenernos humillados ante su presencia y reconocer que toda la gloria y la honra le pertenecen a Él.
Termino con esta ilustración. En una ocasión iban un alpinista experimentado y un principiante escalando el monte Everest. Cuando lograron alcanzar la cumbre, el principiante puesto en pie levantó sus manos en señal de satisfacción porque había logrado su objetivo, más el alpinista experimentado le tomó y le hizo caer postrado y le dijo: muchacho una vez que se ha alcanzado la cima no se puede estar en pie, sino de rodillas porque puede venir una fuerte ráfaga de viento y arrastrarte al precipicio. De igual manera, cuando hemos alcanzado alturas debemos reconocer que no somos nosotros, sino la gracia del Señor. ¿Cómo sentirnos enorgullecidos por lo que hemos alcanzado? No, es entonces cuando más debemos doblar nuestras rodillas y humillarnos delante de Dios. “No a nosotros, oh Jehová, no a nosotros, sino a tu nombre da gloria, por tu misericordia, por tu verdad”, Salmo 115:1.
Aunque hayamos alcanzado alturas y tengamos experiencias como creyentes o como ministros del Señor, hay que tener sumo cuidado en mantenernos humillados ante su presencia y reconocer que toda la gloria y la honra le pertenecen a Él.
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