El Mártir y sus Cadenas

En días de persecución, al ser llevado cierto mártir a la hoguera, elevó una oración expresando el gozo que sentía por el privilegio de sellar el testimonio de su fe con su propia vida.

– “Te doy gracias, Señor – decía el noble mártir -, porque hoy es el día de mi victoria; hoy mismo te veré y estaré contigo por todos los siglos. El verdugo, conmovido y atento a las palabras del noble testigo de Cristo, dejaba flojas las cadenas que ataban a Este al poste de la ejecución. Entonces el mártir, bajando la cabeza, exclamó:

– Sin embargo, amigo mío, sujeta bien las cadenas. ¿Por qué hizo tal advertencia el noble mártir?

Porque aun cuando el espíritu estaba presto, sabía que la carne era débil, y temía que no pudiendo aguantar el dolor del fuego, el instinto de conservación le hiciera saltar de las llamas y realizar, en tal hora de prueba, lo que tantas veces había rehusado: apostatar de su fe.

¿Pero qué cadenas ataban a Jesucristo a la cruz? Cuando los siervos de Caifás fueron a prenderle en el huerto de Getsemaní, tres veces cayeron en tierra, con lo cual Cristo dio una prueba de su poder sobrenatural. Con la misma facilidad habría podido librarse de sus enemigos en los angustiosos momentos del Calvario.

– Baja de la cruz – le decían burlonamente sus enemigos. – Baja y sálvanos también a nosotros, si eres el Hijo de Dios – clamaban sus compañeros de suplicio.

– Baja de la cruz – le aconsejaba e incluso exigía su naturaleza humana ante un dolor que parecía insufrible. Sin embargo, El no ejerció su omnipotencia para librarse. Podemos, pues, decir que lo que sujetaba a Cristo en la cruz del Calvario no era sino las cadenas de su profundo amor a cada uno de los pecadores necesitados.

Podemos imaginarnos al Salvador como oyendo, en su sapiencia, las voces de millares de pecadores decirle: «Sufre por nosotros, bendito Mesías, cumple la redención, y te amaremos, te glorificaremos y seremos fieles testigos de tu amor, en nuestra vida terrestre y por los siglos eternos.» Este amor y esperanza fue, sin duda, lo que mantuvo a Cristo sufriendo por nosotros en la cruz, hasta que pudo exclamar: «Consumado es»

 

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