Todos los seres humanos, están sujetos a la muerte (Gn. 3:19). Los primeros seres humanos, Adán y Eva, no fueron creados para morir; pero sí con la capacidad de escoger entre la inmortalidad y la muerte. Pero desobedecieron al comer del fruto prohibido y murieron (Gn. 2:17; 3:6). La muerte humana, sin embargo, fue distinta a la de los animales, es que Adán no dejaría del todo de existir. Su muerte tenía dimensiones físicas, morales y espirituales.
Por causa de su desobediencia la misma clase de muerte pasó a todos sus descendientes, y a toda la raza humana (Ro. 5:12). La muerte humana no implica dejar de existir, más bien consiste, básicamente, en una separación. La muerte física es la separación entre lo físico y lo inmaterial, o sea, entre el cuerpo y el alma. La muerte espiritual es la separación del ser humano de su Dios. La muerte física fue resultado del pecado original. Adán no perdió la vida el día que comió del fruto prohibido, sino que vivió 930 años (Gn. 5:5). Su muerte consistió en dejar de ser inmortal.
Comenzó a envejecer desde aquel momento, y la muerte fue inevitable. Normalmente la muerte física sigue siendo inevitable para todo ser humano. Sin embargo, ha habido y habrá excepciones. Enoc y Elías fueron trasladados al cielo sin sufrir la muerte física (Heb. 11:5; 2 R. 2:11); y en los últimos días, cuando el Señor arrebate a su iglesia, todos los creyentes que aún vivan serán trasladados directamente al Cielo (1 Ts. 4:13-18).
LA MUERTE COMO RESULTADO DEL PECADO
Los capítulos 2 y 3 del libro de Génesis enseñan que la muerte entró en el mundo por causa del pecado (Ro. 5:12).
- Adán y Eva vinieron a estar sujetos a la muerte física. Dios había puesto el árbol de la vida en el huerto de Edén a fin de que los seres humanos nunca murieran al comer constantemente de él (Gn. 2:9). Dios pronunció lo registrado en Génesis 3:19 después que Adán y Eva comieron del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal. Aunque no murieron físicamente el día que comieron, si vinieron a estar sujetos a la ley de la muerte como resultado de la maldición de Dios.
- Adán y Eva también sufrieron una muerte moral. Dios le advirtió a Adán que el día que comiera de la fruta prohibida de seguro moriría (Gn. 2:17). ¡Esa fue una advertencia seria! Aún cuando él y su esposa no murieron físicamente ese día, si murieron moralmente, es decir, su naturaleza se hizo pecaminosa. Desde Adán y Eva toda persona ha nacido con una naturaleza pecaminosa (Ro. 8:5-8), es decir, un deseo innato de hacer su propia y egoísta voluntad sin preocuparse por Dios y por los demás (Gn. 3:6; Ro. 3:10-18; Col. 2:13). La muerte moral consistía en la muerte de la vida de Dios en ellos y su naturaleza se volvió pecaminosa (Jn. 17:3). La muerte espiritual significaba que estaba arruinada su anterior relación con Dios (Gn. 3:8-10). La Biblia enseña que Adán introdujo la ley del pecado y de la muerte en toda la raza humana, corrompiendo a toda la humanidad de allí en adelante. Ahora todos los seres humanos nacen en el mundo con una predisposición al pecado y a la maldad (Ro. 5:12; 8:2; 1 Co. 15:21-22; Gá. 5:19-21; Ef. 2:1-3; Col. 1:21). La muerte entró en el mundo por medio del pecado, y ahora todos están sujetos a la muerte, “por cuanto todos pecaron”.
- Adán y Eva también sufrieron una muerte espiritual. Cuando desobedecieron en el huerto se arruinó su anterior relación íntima con Dios (Gn. 3:8-10; 22-24). Ya no anhelaban pasearse y conversar con Dios en el huerto, más bien se escondieron de su presencia (Ef. 4:17-18). Estaban muertos espiritualmente.
- La muerte como resultado del pecado implica muerte eterna. La vida eterna habría sido la consecuencia de la obediencia de Adán y Eva (Gn. 3:22), en cambio, ha llegado a operar el principio de la muerte eterna. La muerte eterna es condenación eterna y separación de Dios por causa de la desobediencia (2 Ts. 1:7-9; Ap. 20:5-6). Esta segunda muerte es, en las Escrituras, sinónimo de muerte eterna. Dos veces se declara en Apocalipsis que el lago de fuego es la muerte segunda o eterna (Ap. 20:14; 21:8).
- La raza humana está ligada a Dios mediante la fe en Su Palabra como la verdad absoluta (Gn. 2:16-17; 3:4). La única manera de escapar de la muerte en todos sus multifacéticos aspectos es por medio de Jesucristo (2 Tim. 1:10). Por su muerte Él ha reconciliado al creyente con Dios, invirtiendo así la separación espiritual y la enajenación que se había producido a causa del pecado (2 Co. 5:18). Mediante su resurrección, Él venció y quebró el poder de Satanás, del pecado y de la muerte física (Ro. 6:10; 1 Jn. 3:8; 1 Co. 15:53-57).
EL SIGNIFICADO DE LA MUERTE FÍSICA PARA LOS CREYENTES
Aun cuando los creyentes en Cristo tienen la seguridad de la vida resucitada, todavía pasan por la experiencia de la muerte física. Pero los creyentes enfrentan la muerte de manera diferente a los incrédulos (Fil. 1:21).
- Para el cristiano la muerte no es el fin de la vida, sino un nuevo comienzo, es el punto de transición para una vida plena (1 Co. 15:55-57). La muerte para los creyentes es una liberación de las aflicciones de este mundo (2 Co. 4:17) y de un cuerpo terrenal, a fin de ser revestidos de vida y gloria celestiales (2 Co. 5:1-5).
- También las Sagradas Escrituras hablan de la muerte de los creyentes en términos consoladores. La muerte de los santos “estimada es a los ojos de Jehová” (Sal. 116:15). Es una entrada “en la paz” (Is. 57:1-2) y “en la gloria” (Sal. 73:24); un viaje al “paraíso” (Lc. 23:43); un viaje a la casa de “muchas moradas” del Padre (Jn. 14:2); una partida bendecida (2 Tim. 4:6); a fin de “estar con Cristo” (Fil. 1:23); una continua presencia con el Señor (2 Co. 5:8); un dormir en Cristo (1 Co. 15:18; Jn. 11:11; 1 Ts. 4:13); una “ganancia” que “es muchísimo mejor” (Fil. 1:21, 23); y el momento de recibir “la corona de justicia” (2 Tim. 4:8).
Por el Rev. P. Ramón Luis Aponte
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