Recientemente, leí en la Biblia el libro de los Hechos de los apóstoles, y me detuve a meditar en esa ocasión, en la que Pedro fue enviado a llevar el mensaje de salvación a Cornelio, quien no pertenecía al pueblo escogido (Israel):
“Y les dijo: -Ustedes deben saber que a nosotros, los judíos, la ley no nos permite visitar a personas de otra raza ni estar con ellas. Pero Dios me ha mostrado que yo no debo rechazar a nadie. (…) Enseguida envié a mis mensajeros y tú has aceptado muy amablemente mi invitación. Todos estamos aquí, listos para oír lo que Dios te ha ordenado que nos digas, y estamos seguros de que Él nos está viendo en este momento. Entonces Pedro comenzó a decirles: -Ahora comprendo que para Dios todos somos iguales. Dios ama a todos los que lo obedecen, y también a los que tratan bien a los demás y se dedican a hacer lo bueno, sin importar de qué país sean.” (Hechos 10:28, 33, 34, 35 TLA)
Pensando en esa infinita bondad y gran amor de Dios, por los cuales, quiso enviar a su Hijo en sacrificio por todos nosotros (judíos y gentiles) sin discriminar a nadie, mi alma se llenó de gratitud hacia Él.
Pude ver como la petición de Cornelio fue contestada, a pesar de no ser un judío y más importante, como reunió a sus allegados, porque confiaba plenamente en que la respuesta de Dios vendría sin falta. Luego, de detenerme a pensar en el carácter confiado y consciente de Cornelio, también, pensé en que hay muchos que aún no conocen el mensaje de salvación, o deciden deliberadamente no creer o ignorarlo. Pero a la vez, son muy rápidos para decir “¡Ay, Dios mío!” ante cualquier situación, sin ser conscientes de sus palabras.
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Fue en ese momento que recordé una experiencia que viví hace algún tiempo con algunos compañeros de trabajo que no eran cristianos:
En esa ocasión, meditaba en un versículo: Entonces llamó el nombre de Jehová que con ella hablaba: Tú eres Dios que me ve; porque dijo: ¿No he visto también aquí al que me ve? (Génesis 16:13 RVR); y mientras yo hablaba con esas personas acerca de Dios, les dije que Él estaba atento a nuestras palabras y que respondía a nuestras peticiones. De repente, uno de ellos se quedó sorprendido y luego empezó a hablar tímidamente, recordando una vivencia que posteriormente, compartió conmigo, diciendo:
“Hace unos meses yo estaba sin trabajo, eso me tenía muy preocupado, porque tengo una hija de dos años y no dejaba de pensar que sin un empleo, no sería capaz de proveer para ella, ni tener tiempo disponible para verla, ya que no tengo su custodia.
Mientras me abrumaban las preocupaciones, dije sin pensar:
–Ay Dios, quisiera un trabajo donde pudiera ganar dinero y tener tiempo para mi hija, así sea lavando platos.
A los tres días me llamó una amiga de la universidad a decirme que en su lugar de trabajo, estaban necesitando un Lavaplatos.
Sin pensarlo dos veces acepté porque las condiciones me parecían buenas para mi hija y para mí, gracias a ese empleo pude pasar mucho tiempo con mi hija y darle las cosas que necesitaba o quería. Por eso no lo rechacé.
Yo ya había olvidado esas palabras que pronuncié, pero, ahora que nos hablas sobre eso de que ‘Dios siempre nos escucha’ me doy cuenta que no puedo hablar sin pensar porque hay alguien escuchando aunque yo no creo en Él.”
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Entonces, le dije algo que siempre he pensado:
-Dios siempre está escuchando, como lo hizo con Agar, a pesar de no ser del pueblo escogido sino una mujer egipcia. Dios siempre está atento a nuestra necesidad, y si le invocamos Él no tarda en responder, sea para honrar nuestra fe o para cerrar la boca de los incrédulos.
Y le dije de manera jocosa:
Lo que pediste, eso recibiste. Tú dijiste “Así sea”, y Amén significa: “Así sea”. Es como si hubieras sellado tus palabras. Dios siempre responde. Así que no hables despreocupadamente cuando dices: ¡ay Dios!
¿Cuántas veces creemos al igual que este joven que podemos decir cualquier cosa porque nadie está escuchando? ¡Que pensamiento más irreverente! ¿Cómo podemos menospreciar el poder y el amor de Dios como si no existiera?
Tal vez por orgullo, nos olvidamos de nuestro Creador, pero Él jamás nos olvida, y por eso el salmista (Tal vez, luego de pasar por una situación similar a la de mi amigo) tuvo la necesidad de escribir “aún no está la palabra en mi lengua, Y he aquí, oh Jehová, tú la sabes toda.” (Salmo 139:4) Y así reconocer la omnipresencia de un Dios que desde siempre le ha escuchado y que es fiel, bueno y amoroso.
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