Una lengua inquieta

“La lengua es un fuego, un mundo de maldad. Así la lengua está puesta entre nuestros miembros, la cual contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda de la creación” (Santiago 3:6-9). La lengua es empleada con efectividad por quienes buscan un fin específico: hacer daño al otro. La tienen bien afilada y sus palabras son como golpes de florete. Robert Burton, escritor inglés, decía que ‘una palabra hiere más profundamente que una espada’. Traspasan el alma. Los sentimientos. La lengua, es tan pequeña, pero tan bien subordinada a su dueño. Provocadora de mil tristezas. Así como el ojo no se cansa de ver, la lengua no se cansa de hablar y más si es en contra de alguien.

No es natural que nuestra lengua hable cosas buenas, provechosas y nutrientes; beneficiosas para quienes están a nuestro lado. Debido a la atracción por el mal de la raza caída, la lengua tiende a hablar lo que es malo, dañino, doloroso, perjudicial. En general, al hombre le fascina dar malas noticias, chismear y expandir las faltas de los otros frente a los demás.

El discípulo de Jesús, Santiago, escribió sobre este pequeño órgano y dijo que “la lengua es un fuego, un mundo de maldad. Así la lengua está puesta entre nuestros miembros, la cual contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda de la creación”.

Ella es fuego y puede encender cualquier cosa. Países enteros pueden entrar en conflicto por una sola palabra. Todo el mundo animal se doma por la naturaleza humana, pero lo paradójico del asunto es que ningún hombre puede domar su propia lengua, un mal que no puede ser refrenado.

Hay que pensar antes de poner en movimiento la pequeña inquieta. La muerte y la vida están en poder de la lengua, es ella la que puede ser beneficiosa para nosotros y nuestros compañeros del camino, como también puede hacernos naufragar en la realidad que vivimos. No es posible dar a nuestra lengua mucha libertad, no sea que nos aprisione con una sola palabra imprudente. “Una palabra no dicha es como la espada dentro de una vaina; pero dicha, esa espada está en

manos de otro. Si deseas ser tenido por sabio, sé tan sabio que detengas tu lengua”, advirtió Francisco Quarles.

Nosotros podemos ponerles freno en la boca a los caballos para que nos obedezcan, y dirigirles así todo su cuerpo. De igual manera los gigantescos barcos, son controlados con un pequeño timón. Así es la lengua, un miembro pequeño, pero controla nuestros pasos, nuestra vida, según lo que digamos. ¡Cuán grande bosque enciende un pequeño fuego!

Para quienes poseen una lengua inquieta y que se satisface en hacer daño a los demás, criticando, juzgando, chismeando y demás, tienen una lengua insidiosa, llena de toxina letal. De ahí la expresión que a menudo se usa: ‘Fulano tiene una lengua viperina’. La palabra viperina deriva de la palabra víbora. La víbora es una serpiente de cabeza triangular que destruye con su poderoso veneno el 10% de sus víctimas. Al igual que este reptil, hay quienes usan la lengua para hacerle daño a sus congéneres con palabras… palabras venenosas que confunden, que penetran hasta lo más recóndito del corazón y hacen profundas heridas. Son palabras venenosas, palabras mortales que destruyen amistades, que arruinan familias, que acaban con sueños…

No es fácil vivir en medio de personas que acostumbran barrer las calles con su lengua, que les fascina destruir a los demás con sus palabras. Pero sin importar lo que los otros hagan o digan, mi querido peregrino, solo cree que si aprendes a obedecer al Señor en estos pequeños detalles sabrás que te toparas con sorpresas benéficas para ti y los tuyos. Pero quienes acostumbran pasear demasiado este pequeño órgano es hora de cambiar y pedir perdón al Creador para que su misericordia los alcance. Dios los bendiga y ¡a controlar la lengua para no dañar a quienes estén a nuestro lado!

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